jueves, 30 de julio de 2015

LAS BLUSAS

Según me lo han contado,
yo lo voy a contar,
había un alfarero,
aquí en este lugar,

Había varios alfareros;
los unos hacían cántaros
y otros hacían pucheros,
y del que voy a contar,
este era cantarero,
unos días hacía cántaros,
y otros días iba a venderlos.

Y ha cargado el burro,
lo ha cargado con los cántaros,
y ha ido a venderlos,
a un pueblo muy lejano;
y ha vendido los cántaros
y a la taberna ha entrado,
pues le gustaba beber,
y la bota ha llenado
para pasar el camino,
pues el camino
hasta el pueblo era largo.

Ya de camino de casa,
con la bota en la mano,
y no pasaba un minuto
para que la fuera empinando;
y ya se hizo de noche
pues el camino era largo.

El burro iba delante,
y el vendedor iba andando,
y llevaba calor,
y la blusa se ha quitado;
la echa encima de la albarda,
y él, seguía caminando,
y no había andado cien metros,
cuando casí la ha pisado.
Y dijo: -¡Es una blusa!
Pues bien me viene el hallazgo,
porque la que traigo es nueva,
pero viejas están las del trabajo-.
La echa encima de la albarda,
y como hizo con la que se ha quitado,
no había andado otros cien metros,
y otra blusa se ha encontrado.
Y pensaba para él…..
“Alguno las va tirando,
seguro que si hace eso,
es porque le estaban sobrando”.
Y hasta siete se encontró,
y él estaba pensando…..
“Ya tengo blusas…
lo menos para tres años”.

Y ha llegado a un río,
y por un puente pasando,
y en ese momento,
otra blusa se ha encontrado…
“Ya estoy harto de blusas”
el vendedor ha pensado,
y la ha cogido por la manga
y por el puente la ha tirado;
viendo como la corriente
la llevaba río abajo.

Y ha llegado a su casa,
a la mujer ha llamado,
para enseñarle las blusas
que en el camino
él se había encontrado.
Y le dice a su mujer:
-Ahí está el burro esperando
para que recojas las blusas
que yo me he encontrado-
La mujer abre los ojos
todo lo que le permiten los párpados.
-Yo no veo ahí nada
de lo que me estás explicando-
Y el vendedor sorprendido,
va corriendo hacia el burro,
y no viendo las blusas,
se ha quedado acobardado,
porque se ha dado cuenta
de lo que había pasado….
“A veces eran mis blusas
las que puse en el jumento,
y yo las que me encontraba…
es que se iban cayendo;
y yo he tirado mi blusa,
la he tirado río abajo,
y me he quedado sin blusa nueva,
y me han quedado solamente,
las que están untadas de barro”



Por Cecilio Clemente Rivera

lunes, 27 de julio de 2015

MANUELA


Era María y Joaquín
dos hermanos en la familia;
María estaba casada,
y tenía una hija,
se llamaba Manuela.
Era el único hombre
que había en la familia,
todos se llevaban bien,
todos en la familia,
y Joaquín al ser soltero,
con su hermana vivía.
Los tres trabajaban,
en todo lo que salía,
y entre los tres no ganaban
ni para hacer unas migas.
¡Qué mal se estaba!

En la España en que vivían,
Joaquín tenía unos amigos
y acordaron un día
marcharse para América,
para allí hacer fortuna;
tenían un pequeño huerto,
con unas cuantas olivas,
y acordaron venderlo,
para pagar el pasaje,
para llegar a las Indias.
Cogen maleta en mano,
y en Cádiz embarcan un día,
por el Océano Atlántico,
han echado varios días,
para atravesar el charco,
ya ven las américas,
a lo lejos desde el barco,
y como todo emigrante,
el paraíso en la mano.
Han desembarcado en un puerto,
todo lleno de barcos,
y los dos han salido a la tierra,
con las maletas en la mano,
sin saber para dónde ir,
en un país tan extraño.

Ya llevaban varios días,
muertos de frío y desmayados,
se le ha acercado un hombre,
y el hombre les ha preguntado:
-¿De dónde son los señores?
¿Es que han desembarcado?-
Y contestan, de España,
venimos a buscar trabajo,
tierra mía del pasado,
el hombre ha contestado,
y lo dijo con tristeza,
en los ojos se le ha notado.
“Yo os puedo dar trabajo”
y ellos ven el cielo abierto,
en ese país tan lejano.
No le preguntan al hombre,
el trabajo que les ha ofrecido,,
sólo le dicen que sí,
y han cogido y lo han seguido,
y han caminado una hora
hasta llegar al destino,
y ya han llegado,
divisan a lo lejos un cobertizo,
y quedaron sorprendidos,
pues resultón ser
una granja de cochinos.
Se mia el uno al otro,
y el hombre se lo ha notado,
y ve que no están a gusto
con el trabajo que les ha dado.
Y les ha preguntado:
-¿No os gusta el ganado?
No tengo otro trabajo,
yo no os puedo obligar,
libres sois de aceptarlo,
o poderlo rechazar-
Y le contestan enseguida:
-Nosotros sí lo aceptamos,
hacemos bien la limpieza,
y cuidamos del ganado.

Y han pasado treinta años,
sin saber nada de ellos,
o se perdían las cartas
o no había correo,
ya andaba solo Joaquín
el compañero había muerto,
pues no podía trabajar,
ya estaba muy viejo.
Y se ha acercado un día,
se ha acercado para el puerto,
y ve la bandera de España,
en el mástil de un carguero,
que estaban cargando sacos,
una cuadrilla de obreros.
Sin pensárselo, Joaquín,
ha cargado con un saco,
y se ha metido para dentro,
y lo echa en el montón,
y se esconde entre ellos;
ha zarpado el barco,
rumbo a España,
lo han puesto,
Joaquín lo ha notado;
lo nota en el movimiento,,
no puede aguantar mucho,
entre los sacos escondido,
pues el hambre le obliga
a salir del escondrijo.
Ya estaba en alta mar,
y Joaquín no aguanta más,
y sale del escondrijo,
y a la cocina se va,
un cocinero lo ha visto,
y ha empezado a gritar,
un polizón en el barco se ha metido.

Lo llevan al capitán,
y el capitán le ha dicho:
-Un polizón en mi barco,
aquí no me da servicio,
meterlo en ese saco,
y tirarlo al mar,
que se lo coman los peces,
y que de él no quede nada-
Y Joaquín desesperado,
“ya lo mismo me da
morir en tierra
que morir en alta mar,
tan solo es una broma
que le da el capitán;
y a la cocina le manda,
para que allí ayude
hasta que lleguen a España,
y han llegado a puerto,
desembarcan a Joaquín,
y el capitán compasivo,
unos billetes le ha dado,
para que pueda vivir.
Y ha llegado a la ciudad,
antes de llegar al pueblo,
se ha comprado un baúl,
con cerradura de herrero.

Se ha presentado Joaquín,
se ha presentado en el pueblo,
viejo y macilento,
va vestido de blanco,
como se visten los médicos,
sin saber si ya vivía la familia,
que había dejado en el pueblo.
Se ha dirigido a su casa,
donde él estuvo viviendo,
y ha llamado a la puertaa,
y ha salido una mujer,
y le ha preguntado Joaquín:
-¿Tú eres la niña Manuela?
Pues yo soy tu tío Joaquín,
que ha regresado de América,
para quedarse ya aquí-
Y Manuela asustada,
viendo a su tío tan viejo,
y teniendo compasión,
lo ha metido para adentro.

Y han pasado varios días,
viviendo con tío Joaquín,
y le ha preguntado un día:
-¿Qué hay en ese baúl
que tanto usted lo ha cuidado,
que parece que en él tiene
algún tesoro guardado?-
“Este baúl no se abre
hasta que yo haya muerto,
y haya recibido sepultura,
este mi cuerpo;
entonces, tú ya verás
lo que el baúl tiene dentro”

Y ha muerto Joaquín,
y al regresar del entierro,
Manuela va hacia el baúl,
a ver lo que había dentro.
Y dentro había un papel,
con letras grandes y claras,
donde se podía leer
estas míseras palabras:
“Mi alma para el señor,
mi cuerpo para la tierra,
y el baúl  con los guiñapos,
para la pobre Manuela.



Por Cecilio Clemente Rivera

sábado, 18 de julio de 2015

EL REY Y EL CRIADO


Había una vez un rey,
en un país muy lejano,
allí están en palacio,
los nobles y los criados.
Todos allí vivían,
dentro de aquel palacio,
los reyes con mucho lujo,
y miseria los criados.
Hacían cacerías
y fiestas hacían en palacio,
así se divertían,
todos los días del año.

Entre toda la servidumbre,
estaba Joaquín Serrano,
estaba en las cuadras,
cuidando de los caballos,
siempre estaba conforme,
lo demostraba cantando,
y no es que estuviera bien,
porque era mercenario,
y de lo dado, se saca poco,
aunque estés en palacio,
porque el que manda
no es bueno,
casi siempre manda el malo,
y los reyes y los nobles,
siempre están observando,
al obrero de las cuadras,
que cuida de los caballos,
y se decían entre ellos,
como feliz puede ser,
con lo que le estamos dando;
sólo comía de las sobras,
y se vestía con arapos,
de lo que les sobraba,
a los nobles del palacio.

Llaman a los consejeros
y a los sabios del palacio,
para que le expliquen
el misterio del criado,
que cuida de los caballos,
porque ellos lo tienen todo,
y siempre están disgustados;
los consejeros no lo adivinan,
pero sí lo ven los sabios,
y explicándole al rey
le dicen: - El misterio del criado,
es feliz porque no tiene
y no está acostumbrado
a tener nada en la vida,
y se conforma
con lo poco que le damos-
Esto se arregla enseguida,
con noventa y nueve ducados;
y dándole otro oficio,
que no sea en las cuadras,
cuidando de los caballos,
veréis como se ambiciona,
con los noventa y nueve ducados,
y hace falta uno para cien,
y él querrá encontrarlo,
y, de esa manera,
ya tiene los cien ducados.
De momento, es feliz,
con el dinero en la mano,
pero no podía dormir,
sin saber dónde guardarlo.
El rey le seguía dando,
dando algunos ducados,
seguía los consejos
que le daban los sabios.

Joaquín Serrano está triste,
él ya no está conforme,
con el puesto de alguacil,
ni con el uniforme,
le pide audiencia al rey;
y el rey se la ha concedido,
para que le dé otro puesto,
cuanto menos de ministro.
El rey lo hace ministro,
para ver dónde llegaba,
y Joaquín no está conforme,
con lo que le estaban dando;
el rey tenía una hija,
era la única infanta,
el rey quería casarla,
con el hijo de otro rey,
que con el suyo lindaba,
y al celebrar la boda
de los dos reinos, se juntaban,
y harían un gran reino,
que a los demás asustaba.

Joaquín no puede dormir,
está triste y apenado,
ya no es el mismo,
que cuidaba los caballos,
ya era todo ambición,
y se veía “jarto”,
y todo se le hace poco,
cuanto más le iban dando;
todo lo quería para él,
y así lo estaba pensando…
“Si me caso con la infanta,
podía ser el soberano,
voy a ir a ver al rey,
para pedirle la mano”
Y se acerca sin respeto,
porque nada
hasta entonces le ha negado,
y hasta ahí llegó la broma,
que a Joaquín,
le estaban dando,
y llamando a los soldados,
el rey le ha ordenado,
llevar a este criado,
meterlo a las mazmorras,
y, allí, encadenarlo.

Y llamando a la servidumbre,
que está sirviendo en palacio,
para que vean el castigo,
que a Joaquín le estaban dando;
y en presencia de todos,
le ha dado cien latigazos,
para que sirva de ejemplo,
a los que están en palacio,
porque el que manda es el rey,
como rey y soberano,
la ambición de Joaquín,
a dónde había llegado,
quería ser rey,
habiendo  sido criado.

La ambición echa a perder,
a todos los seres humanos,
lo mismo al poderoso,
como a los propios criados;
si él sigue de alguacil,
nada de esto le hubiera pasado,
y hubiera mejorado su vida,
mejor que cuidando
en las cuadras, los caballos.



Por Cecilio Clemente Rivera

jueves, 16 de julio de 2015

LOS SABIOS


Hay unos cuantos señores
en esta localidad,
que sin haber ido a la escuela
son los que saben más.
Le dan lecciones a todos,
de letras y de trabajo,
ellos van por las calles
y todo lo van mirando….
Todo lo suyo es bueno
y lo de los otros es malo.
presumen de sabiduría
y ellos se creen sabios;
por eso se ven con fuerza
para todo criticarlo.

Estando unos albañiles
en una obra trabajando,
y, como estos mirones,
algunos los hay del ramo,
allí se han puesto dentro
a dirigir el trabajo,
y ellos no se dan cuenta
de lo que están molestando;
y no son niños,
que son mayores,
con muchísimos años,
y si son aquellas obras
que hace el ayuntamiento
se acercan a cualquier equipo
y ahí sí que pierden el respeto,
pues las consideran suyas,
y dicen que las pagan ellos
porque pagan sus impuestos.
Allí siguen insistiendo...
para ellos ningún obrero es bueno,
para ellos son todos malos,
y también malo es...
todo lo que se hace en el pueblo.

¿Y no sería mejor
coger otros entretenimientos?
Pues hay muchos
para los mayores del pueblo,
y, al mismo tiempo, harían
ejercicio para el cuerpo.
Ahí está la petanca,
que ese juego
es nuevo aquí en el pueblo,
como hay que tirar las bolas,
hay que echar muchos paseos
y eso es bueno para el cuerpo;
también está la rayuela,
que ese juego es único
de nuestro pueblo;
o salir a pasear
por esos grandes paseos.

Y veréis cómo os cambia
por completo el pensamiento,
sin tener que andar juzgando
a los vecinos del pueblo.
¿O es que el español
no sabe hacer nada más que eso?


Por Cecilio Clemente Rivera